24.10.06

¿A quiénes apunta el fusil?

"¡Viva la muerte! ¡Muera la inteligencia!"
Respuesta del General fascista José Millán Astray
a Miguel de Unamuno, poco antes del asesinato
del propio Unamuno, durante la Guerra Civil Española.

Uno de los logros más importantes del sistema de explotación capitalista ha sido el manejo de las fuerzas de seguridad.
Tanto la policía como el ejército han cumplido en el transcurso de la historia moderna el rol que se les ha sido asignado: defender a capa y espada los privilegios de las elites.
Paradójicamente, estas fuerzas están teñidas de un aura de falso nacionalismo, dando la imagen de que preservan la seguridad nacional y protegen a la comunidad de múltiples peligros.
Nada más alejado de la realidad.
Desde siempre, la policía ha estado dedicada al custodio de los bienes materiales de los sectores privilegiados, mientras que el ejército es el último bastión de los poderes fácticos a la hora de defender el sistema imperante.
Esto ha sido más o menos evidente según la correlación de fuerzas de la época. Cuando el grueso de la población alcanza niveles tales de maduración y de polarización, que llegan a poner en peligro la continuidad del régimen y por tanto, amenaza los privilegios y la apropiación de las utilidades que deja el sistema de explotación por parte de las elites, el ejército directamente ha tomado el poder, para aniquilar el tejido social y los focos de resistencia.
Cuando el poder real no es amenazado, el ejército se llama a silencio, y sólo se hace visible cuando algún funcionario audaz insinúa alguna medida que perjudique a los beneficiarios del sistema. En estos casos las fuerzas armadas obran como amenaza, como reserva de las elites, más que como fuerza de acción directa, pero siempre al servicio de los mismos intereses plutocráticos.
Lo más curioso del caso es que quienes integran la policía y el ejército en la mayoría de los casos provienen de estratos medios y bajos de la sociedad, y que a pesar de ellos las elites han logrado cooptarlos y hacerlos funcionar de manera granítica a su servicio.
¿Cómo lo han logrado?
La respuesta amerita un estudio sociológico y filosófico, pero permitámonos esbozar algunas respuestas.
En primer lugar fue necesario despojarlos de toda conciencia de clase. Quien forma parte de la policía o del ejército no reconoce como pares a los trabajadores. Se siente en un estadio diferente. Mucho tiene que ver en esto la estructura verticalista de este tipo de organizaciones y una innegable vocación por la sumisión y el vasallaje. De otra manera sería imposible que una persona consciente de sus derechos acepte ingresar a instituciones en las que es imposible el disenso.
Asimismo, esa falta de debate convierte a los estratos más bajos del escalafón policial y militar en seres bárbaros, que paulatinamente van perdiendo todo pensamiento crítico.
Por allí reside la respuesta a la insólita, repetida y patética imagen de algún uniformado reprimiendo a trabajadores que luchan por alguna reivindicación, que en la mayoría de los casos favorecería a los propios policías o militares que los reprimen. Es el ejemplo más visceral de la alienación, a la que contribuyen el fanatismo religioso y el chauvinismo que son inoculados desde las escuelas policiales y militares.
Lean atentamente el siguiente texto. Es la letra de una vieja canción de Joaquín Sabina, que explica mucho mejor que yo este triste fenómeno:

El labrador de mi pueblo lleva una azada en la mano
que grandes tiene las manos el labrador de mi pueblo

cavando de sol a sol, con lluvia, nieve o calor.

El parado de mi pueblo llena de angustia sus manos
que tristes tiene las manos el parado de mi pueblo
dando vueltas a la noria, sin jornal y sin historia.

El alcalde de mi pueblo lleva un bastón en las manos
qué finas tiene las manos el alcalde de mi pueblo
con su orgulloso bastón preside la procesión.

El obrero de mi pueblo no está en mi pueblo, ha emigrado
sus manos amasan pan para otros pueblos lejanos

qué lejos están las manos del obrero de mi pueblo.

El soldado de mi pueblo antes ha sido albañil
ahora ya no tiene pala, lleva en la mano un fusil
qué frías tiene las manos alrededor del fusil.

El cacique de mi pueblo no vive tampoco allí
con el sudor de mi pueblo se compró un piso en Madrid
con lo que su mano tira ¿cuántos podrían vivir?

Soldado, si alguna vez, el labrador de mi pueblo se levanta,
y el obrero se levanta, y el parado se levanta

¿Qué vas ha hacer tú, soldado que antes has sido albañil?
¿Qué vas ha hacer con tus manos, y con tu fusil?

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Mi pregunta es: ¿Cómo hacemos para que el soldado se ponga del lado del labrador, del obrero y del parado, y no del lado del cacique?

18.10.06

Canoa: dónde el océano se confunde con el cielo


Consulté el mapa y noté que la distancia entre Quito y Canoa presumía un viaje de algunas horas. Sin embargo, Ecuador nunca deja de sorprender.
No hay ningún bus directo entre Quito y Canoa. Lo único que logré abordar fue un precario vehículo que, según el chofer, me dejaría en un pequeño poblado del que no recuerdo el nombre. Desde allí, debía esperar otro bus a San Antonio. Y allí, abordar el bus a Canoa.
En síntesis, salí de Quito a las 9 de la mañana y llegué a Canoa a las 10 de la noche, luego de haber visto escenas realmente surrealistas, tan comunes en los buses latinoamericanos. Hay un dicho que expresa que si se quiere conocer un país se debe viajar en su transporte público. Doy fe de que es rigurosamente cierto.
Los paisajes al salir de Quito hacia la costa son sencillamente extraordinarios, hasta llegar a Santo Domingo de los Colorados. A partir de allí, se aprecia el notorio cambio en el ambiente: sube la temperatura y las plantaciones de bananos reemplazan a la secular agricultura indígena de la sierra ecuatoriana.
Finalmente, luego de casi 8 horas, llegué al poblado en el que debía cambiar de bus. La gente del lugar no había visto un viajero en su vida, y me miraban como si fuera un extraterrestre. Pregunté a qué hora pasaba el bus a San Antonio. La respuesta fue tranquilizadora: “no se sabe. A veces más temprano, a veces más tarde, pero siempre pasa”. Frente al lugar donde me aseguraron que pasaba el bus estaba la comisaría local. Decidí ingresar para ver si algún policía sabía el horario. Sólo había un “agente del orden” dentro, durmiendo plácidamente con las piernas sobre el escritorio, mientras un ruidoso ventilador despeinaba su sudado cabello.
Por suerte, luego de una hora al inclemente rayo de sol de la costa ecuatoriana, llegó el bus que me dejó en San Antonio. De allí, otro bus me dejó en Canoa.
Sin embargo, al arribar, todo el esfuerzo realizado queda en el olvido, y el recién llegado se siente un privilegiado de la vida por disfrutar de lugares como este.
Frente a la costa, adornadas por luces multicolores y el fulgor de la luna, algunas posadas y restaurantes sencillos, unas y otros construidas con bambú, invitan a quedarse.
La cena compuesta de mariscos y patacones (deliciosa comida preparada con plátanos verdes), fue el merecido premio a la maratónica travesía.
La habitación del Hotel Bambú, con un amplio ventanal mirando al Pacífico, dejaba entrar la brisa y permitía a la luna ser testigo privilegiado de mis sueños.

El día siguiente amaneció con la luz del sol reemplazando a la indiscreta luna. Al abrir los ojos, lo primero que se aprecia es el mar, del mismo color del cielo, y sus aguas transparentes. Canoa está prácticamente sobre la línea del Ecuador, en la provincia de Manabí, y el calor es asfixiante.
Las amplias y desiertas arenas blancas, el agua tibia del mar, los ricos platos compuestos por pescados y mariscos, la música, fusión de ritmos africanos y autóctonos, hacen de la estadía en Canoa una experiencia inolvidable.
El pueblo es sencillo, y no tiene mayor atractivo que el mar. Sin embargo, para quienes no puedan despegarse de la vida urbana, a pocos kilómetros de Canoa se halla Bahía de Caráquez. Para llegar hay que viajar 15 minutos en bus y luego cruzar en lancha una lengua de mar (unos 10 minutos).

Bahía de Caráquez sorprende por su discordancia con el entorno. Tiene edificios altos, negocios, automóviles, un malecón con hermosas vistas y numerosos bares. Es una buena escapada al “mundo real”.
En todo el Ecuador la gente es increíblemente cordial y hospitalaria, a pesar de las notorias diferencias entre serranos y costeños.
En general, los serranos son más formales, más serios y los servicios allí ofrecidos más eficientes. Por el contrario, los habitantes de la costa son más alegres, más informales. Sin embargo lo más importante lo tienen en común: tanto en la sierra como en la costa, el visitante se siente como en su casa, y no desea jamás abandonar un país fantástico. Es que quien conoce Ecuador, sentirá que ese rincón del mundo será para siempre su segunda casa.

Fotos:
Arriba: La playa de Canoa.
En el medio: El Hotel Bambú (la habitación de arriba, con la ventana entreabierta era la mía).
Abajo: Vista desde el malecón de Bahía de Caráquez.

13.10.06

La gran estafa de los TLC’s y la verdadera integración Latinoamericana

“Latinoamérica será una unidad o no será nada”
Simón Bolívar

Durante los últimos años, desde el auge de la llamada globalización, nuestros países han sufrido un bombardeo mediático y político en pos de la firma de tratados de libre comercio (TLC).
Cuando la iniciativa del Área de Libre Comercio de las Américas (ALCA) fracasó gracias a la enérgica y decidida oposición de numerosos sectores sociales de los diversos países de la región, Estados Unidos concentró sus esfuerzos en la firma de TLC’s con los países cuyos gobiernos tuvieran la intención de suscribirlos.
Ante esto, caben dos preguntas:
¿Por qué Estados Unidos está interesado en los TLC’s?
¿Qué ganan y que pierden nuestros países al suscribirlo?
El Gobierno de Estados Unidos, más allá de quién ocupe la presidencia circunstancialmente, responde a los intereses de las empresas multinacionales que financian sus campañas.
¿Qué buscan las multinacionales?
En primer lugar, los TLC’s tienen preeminencia sobre las leyes nacionales, y en los distintos artículos de los Tratados de Libre Comercio, se establece la libertad absoluta para las transnacionales interesadas en explotar los recursos naturales de nuestros países. Así, corren peligro la Amazonia, los inmensos reservorios de agua dulce de nuestra región, la biodiversidad, la minería, los hidrocarburos, etc.
Los TLC’s permiten patentar seres vivos, como las plantas medicinales, que en muchos casos son aprovechadas desde hace milenios por los indígenas que habitan las selvas americanas.
Los TLC’s consideran el agua potable como “mercancía” y no como bien social, generando así verdaderos desastres ecológicos.
Por otra parte, los TLC’s significan un golpe mortal para la agricultura y por ende, para la población rural de Latinoamérica.
¿Por qué? Es muy simple.
La producción agrícola estadounidense recibe subsidios multimillonarios, alterando las condiciones del “libre mercado” que dicen promover. Esto hace que para nuestros agricultores sea imposible ingresar competitivamente al mercado de Estados Unidos. Por el contrario, los productos estadounidenses llegarían a nuestros países a precios artificialmente bajos, destruyendo la agricultura local.
¿Qué ocurre entonces con la población rural?
Generalmente se ve obligada a abandonar el campo (dejando éste libre para las multinacionales), y a emigrar a las grandes ciudades, en condiciones de pobreza y marginalidad. Allí es empleada por las mismas multinacionales, que favorecidas por los TLC’s, pueden abrir fábricas y maquilas en nuestros países, abonando salarios miserables, aprovechando la eclosión social que ellas mismas produjeron.
El más fiel ejemplo de esto es México, que perdió su soberanía alimentaria, y que incluso importa maíz desde Estados Unidos cuando hace 15 años era autosuficiente. Asimismo, desde la firma del NAFTA la emigración mexicana a Estados Unidos creció exponencialmente, al igual que los índices de pobreza.
Ante todo esto, ¿Por qué hay sectores en nuestros países interesados en los TLC’s?
Es simple también. Los TLC favorecen a las elites económicas, capaces de exportar sus productos. Además, la explosión demográfica urbana, a causa del éxodo rural, genera una demanda de empleo desmedida, que les permite a los grandes empresarios locales abonar cada vez más bajos salarios.
Sin embargo, el “ganador” con la firma de los TLC tampoco es Estados Unidos.
El pueblo estadounidense también se ve perjudicado, ya que numerosas empresas y fábricas de ese país se mudan a los países latinoamericanos que han firmado TLC’s, debido a que allí los costos laborales son sensiblemente inferiores.
En síntesis, y como se aprecia claramente de lo expuesto, los Tratados de Libre Comercio favorecen a los grupos dominantes, a las elites económicas de cada país y perjudican a los intereses nacionales y fundamentalmente, a la inmensa mayoría de los habitantes.
Esto genera un aumento de la desigualdad, agrandando la brecha entre los más ricos y los más pobres. Todo esto, en el continente más desigual del planeta.
En los países que aún no han firmado, es necesario toma conciencia de este tema y oponer firme resistencia a la aplicación de este tipo de Tratados.
En los países que ya son víctimas de los TLC’s, es necesario generar la suficiente presión popular para dejarlos sin efecto, aún afrontando las consecuencias que ello acarrearía.
Pero esto no es suficiente. Además hay que promover la integración de nuestros países.
Latinoamérica con una moneda única, con un Banco Central regional, con libre tránsito para sus habitantes, con el aprovechamiento integral de las riquezas de cada país en beneficio de la gente y no de las multinacionales, debe ser el objetivo.
De eso se trata la Alternativa Bolivariana de las Américas (ALBA), de la que ya son parte Venezuela, Cuba y recientemente Bolivia. Cientos de miles de médicos cubanos curan enfermedades en diversos países del mundo. El petróleo venezolano llega a Cuba (burlando el infame bloqueo a la isla) y a otros países a precios preferenciales.
Imaginemos una Latinoamérica toda integrada bajo estos postulados.
Imaginemos que la carne y los productos agrícolas argentinos, la biodiversidad de la Amazonia brasileña, el gas boliviano, el agua potable almacenada bajo el territorio de Argentina, Brasil y Paraguay, la minería chilena y peruana, el petróleo ecuatoriano y venezolano, la medicina y la educación cubana, etc., estuviera toda a disposición de todos los latinoamericanos, como bienes sociales, y no como mercancías.
Los alimentos producidos en Argentina son suficientes para alimentar a toda la población Latinoamericana.
La industria brasileña puede abastecer a toda la región.
Los minerales chilenos y peruanos son mayores que la demanda latinoamericana.
El petróleo ecuatoriano y venezolano garantiza el suministro para todos nuestros países por 200 años.
La medicina cubana podría curar a todos los enfermos que requieren tratamientos de alta complejidad, sin necesidad de hacer colectas de urgencia.
El método cubano de educación básica permite erradicar el analfabetismo en poco tiempo, como ocurrió en Venezuela, que incluso fue reconocida como país libre de analfabetismo por la UNESCO.
Seríamos el continente con el nivel de vida más avanzado del planeta.
La oposición para que ello ocurra proviene de las multinacionales, amparadas bajo el gobierno de Estados Unidos, siempre secundadas por las reaccionarias y corruptas elites locales.
Es hora de acabar con ellos. Por nosotros y por nuestros hijos.

9.10.06

Descubrir nuestra Latinoamérica

“No se defiende lo que no se ama
y no se ama lo que no se conoce”
Manuel Andujar – Novelista andaluz

Viajar es una de las mejores inversiones que puede hacer un ser humano. Conocer otros países, otras culturas, otras gentes, otras costumbres, enriquece y endulza el alma.
Me encanta ser un viajero, que no es lo mismo que un turista. El viajero indaga, descubre, tiene como misión conocer el lugar que visita. El turista simplemente llega, consume, disfruta de algún “icono turístico” y vuelve a casa, llevado y traído como una dócil oveja al rebaño.
Siempre que viajamos con Mariana lo hacemos de manera independiente. Para poder hacerlo, es esencial contar con una guía, que incluya datos sobre las ciudades del país a visitar, sus hoteles, sus restaurantes, los lugares más interesantes para visitar y cómo desplazarse dentro del país y de cada ciudad.
De estas guías, en mi opinión, la mejor y más completa es la Lonely Planet. Es de origen australiano, y están editadas las guías de casi todos los países del mundo, en distintos idiomas.
Nuestras últimas vacaciones fueron en Venezuela, y las próximas serán en Bolivia. En ambos casos nos encontramos con que la guía Lonely Planet para esos destinos sólo está editada en inglés.
Es decir, que cuando fuimos a Venezuela, recorrimos ese hermoso país, con una guía en inglés, y cuando próximamente viajemos a Bolivia, ocurrirá lo mismo.
Es un verdadero despropósito.
No atribuyo las culpas de esta situación a la empresa que edita Lonely Planet. Ellos, obviamente, se guían por la oferta y la demanda, y si no han editado las guías de los países latinoamericanos en castellano es porque no es una exigencia del mercado.
Ahora bien, ¿Por qué no es una exigencia del mercado?
¿Por qué muchos latinoamericanos prefieren viajar a Miami o a Europa, y no a otro país de la región?
Creo que la respuesta no es unívoca.
Mucho tienen que ver los costos de los pasajes aéreos y sus frecuencias. Desde la mayoría de las grandes ciudades latinoamericanas es posible viajar a Miami sin escalas y a un menor costo que a otra ciudad de Latinoamérica. No creo que esto sea casual.
También influye que desde nuestros países no se promocionan nuestros destinos.
Tengo la suerte de conocer muchos países de la región, y también Europa. Puedo asegurar que los lagos y las montañas del sur de Chile y de Argentina; la rica cultura andina de Bolivia, Perú y Ecuador; el esplendor de México y las playas de Venezuela, Brasil y de los países del Caribe no tienen nada que envidiar a otros destinos.
Sin embargo, pocos latinoamericanos conocen estos lugares, en comparación con los que viajan a Europa o a Estados Unidos.
Creo que debemos cambiar esto. En los comentarios del último post muchos hicieron hincapié en la necesidad de que nos unamos, que Latinoamérica sea una.
Sin embargo, es imposible sentir como propio lo que no se conoce.
Es cierto que no muchos tienen la posibilidad de viajar.
Los que pueden no lo duden. Y los que no, infórmense, preocúpense por lo que ocurre en nuestros países. No nos cerremos dentro de las caprichosas fronteras heredadas de la época colonial.
Todos sabemos quién es el presidente de Estados Unidos o de España, pero ¿quién sabe quien es el presidente de Guatemala, por citar sólo un ejemplo?
Todos hemos visto, al menos por televisión, las playas de Miami, pero, ¿Cuánto saben de la existencia de Choroní, una paradisíaca playa venezolana?
Todos sabemos de la existencia del Museo del Louvre, pero ¿Cuántos saben de la existencia del Museo Antropológico de la Ciudad de México, uno de los más fascinantes del mundo?
Como una manera, aunque simbólica, de comenzar a cambiar esto, les hago una propuesta: en los comentarios de este post, describan brevemente algún lugar de Latinoamérica que conozcan. Si no han viajado más que por su país, describan algún lugar de allí. Y si no han salido de su ciudad, describan por qué vale la pena conocer esa ciudad en la que viven. Estoy seguro que todos aprenderemos algo y de alguna manera, conoceremos un poco más nuestra tierra. De eso se trata.

4.10.06

¿Sabías que estás financiando el “sueño americano”?

“El neoliberalismo consiste básicamente
en un conjunto de reglas orientadas a que
los ciudadanos de los países del tercer mundo
financien el nivel del vida de los estadounidenses”

Joseph Stiglitz, Premio Nóbel de Economía.
Ex – funcionario del Fondo Monetario Internacional



Durante el año 2005 el déficit fiscal y comercial de Estados Unidos superó los 865.000 millones de dólares.
Esta cifra, inabarcable para la mente humana, imposible de imaginar, no es un asiento contable. Es dinero contante y sonante.
Es, a grandes rasgos, y simplificando la explicación, la diferencia entre lo que el Estado de Estados Unidos y quienes viven allí producen y lo que consumen. Es decir, que Estados Unidos consume mucho más de lo que produce.
Ahora bien, ¿Quién paga eso?
La respuesta es compleja y tiene diversas aristas, por lo cual me voy a circunscribir a un solo factor.
En 1944, en plena guerra mundial, representantes de 44 países se reunieron en Bretton Woods, Estados Unidos. Allí se tomaron dos medidas que cambiarían para siempre las relaciones económicas internacionales: se creó el Fondo Monetario Internacional y, la que nos ocupa, se adoptó el dólar estadounidense como moneda mundial, reemplazando al oro, que se utilizaba hasta entonces.
No es aventurado afirmar que ésta última medida es la piedra angular que permitió que Estados Unidos se convirtiera en la potencia mundial unipolar que es hoy.
La mayoría de los países de América Latina no participaron de Bretton Woods, pero más adelante suscribieron lo allí resuelto.
Esto hizo que nuestros países tengan sus reservas monetarias mayoritariamente en dólares, y que incluso, sus ciudadanos, es decir nosotros, ahorremos en dólares, en parte por la poca confiabilidad de nuestras monedas y también, inducidos por la maquinaria mediática que presenta al dólar como garantía de perdurabilidad, y provoca que los bienes más costosos (inmuebles, automóviles, tecnología, etc.), estén valuados en dólares.
Ustedes se preguntarán, ¿Qué tiene que ver todo esto –aburrido por cierto- con que nosotros estemos financiando el “sueño americano”?
Es relativamente sencillo.
Si cualquier país tiene déficit fiscal, y por ende, carece de recursos para afrontar sus compromisos, tiene dos maneras de proceder: una es endeudarse, generalmente ante el Fondo Monetario Internacional o el Banco Mundial, y someterse a aplicar sus políticas económicas, que indefectiblemente van en contra de los intereses del país en cuestión.
La otra opción es aún peor: emitir moneda.
¿Por qué es peor?
Cada país debe respaldar el dinero circulante con reservas. Antes de Bretton Woods esas reservas estaban compuestas por lingotes de oro. Luego de ese acuerdo, por dólares.
Si un país emite moneda nacional, sin el suficiente respaldo en dólares, ese dinero emitido carece de valor, y se generan diversas distorsiones económicas, siendo la más visible una espiral inflacionaria galopante.
Todo esto es aplicable a cualquier país… menos a Estados Unidos.
Ellos pueden emitir tanto dinero como se les ocurra, sin que ello genere inflación.
¿Por qué?
Sencillo: esos dólares emitidos no se convierten en circulante, sino que salen del país, para formar parte de las reservas monetarias del resto de los países, para utilizarse en transacciones comerciales entre terceros países o como ahorro particular de la gente común.
Al no quedar en Estados Unidos, esos dólares no necesitan del respaldo de las reservas, ya que no inciden en la economía norteamericana.
Dicho de otra forma, Estados Unidos “exporta su déficit”. El mundo está “inundado” de dólares, debajo de los colchones de quienes pueden ahorrar y en los Bancos Centrales de los distintos países.
Algunos países, de los que más sufren el acoso estadounidense, como Ecuador, Panamá o El Salvador, se han visto obligados a adoptar el dólar como moneda. En estos casos es aún peor: estos países no sólo tienen sus reservas en dólares, sino que incluso el circulante está teñido de verde.
Imagínense si el resto de los países decidiera desprenderse de esos dólares y cambiarlos por oro, por euros o por la divisa que fuera. Todos esos dólares saldrían al mercado, la sobreoferta de moneda estadounidense quedaría expuesta, su valor caería, en valores constantes, a los niveles de la crisis de 1930 y la economía de “la primera potencia mundial” se desplomaría como un castillo de naipes.
Quienes mejor saben esto son los propios funcionarios estadounidenses, y adoptan todas las medidas a su alcance, legales e ilegales, lícitas e ilícitas, para que nadie “saque los pies del plato”.
Valen dos ejemplos: China amagó en 2004 con convertir parte de sus monumentales reservas a euros. Estados Unidos cerró su mercado a los productos chinos, a condición de una revaluación del yuan (la moneda china). ¿Por qué quería Estados Unidos que el yuan se revaluara? Elemental: si la moneda se revalúa, el dinero circulante necesitará de más reservas para sustentarse, y China necesitaría más dólares para ello. China no volvió a desafiar al Imperio.
El segundo ejemplo: Saddam Hussein, pocas semanas antes de la invasión, fue más lejos que los chinos: cambió sus reservas iraquíes, multimillonarias a partir de las regalías petroleras, a euros. Aquí no hubo advertencia: hubo invasión militar. Caído Saddam, las reservas iraquíes volvieron a estar constituidas por dólares.
Siempre me gusta terminar este tipo de artículo con alguna propuesta para llevar adelante. Confieso que en este caso es muy difícil.
Sólo se me ocurre una cosa: en lo posible, no ahorremos en dólares. Esto no es sólo una causa utópica y romántica. Es también pragmática. El dólar, objetivamente, es hoy papel pintado, sin ningún otro respaldo que su prestigio creado artificialmente y las extorsiones, amenazas y bombas que Estados Unidos emplea para sostenerlo.
Tarde o temprano el dólar se desplomará, y cuando ese día llegue quiero disfrutarlo, no llorar sobre mis “pequeños ahorros derramados”.
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