¿A quiénes apunta el fusil?
Respuesta del General fascista José Millán Astray
a Miguel de Unamuno, poco antes del asesinato
del propio Unamuno, durante la Guerra Civil Española.
Uno de los logros más importantes del sistema de explotación capitalista ha sido el manejo de las fuerzas de seguridad.
Tanto la policía como el ejército han cumplido en el transcurso de la historia moderna el rol que se les ha sido asignado: defender a capa y espada los privilegios de las elites.
Paradójicamente, estas fuerzas están teñidas de un aura de falso nacionalismo, dando la imagen de que preservan la seguridad nacional y protegen a la comunidad de múltiples peligros.
Nada más alejado de la realidad.
Desde siempre, la policía ha estado dedicada al custodio de los bienes materiales de los sectores privilegiados, mientras que el ejército es el último bastión de los poderes fácticos a la hora de defender el sistema imperante.
Esto ha sido más o menos evidente según la correlación de fuerzas de la época. Cuando el grueso de la población alcanza niveles tales de maduración y de polarización, que llegan a poner en peligro la continuidad del régimen y por tanto, amenaza los privilegios y la apropiación de las utilidades que deja el sistema de explotación por parte de las elites, el ejército directamente ha tomado el poder, para aniquilar el tejido social y los focos de resistencia.
Cuando el poder real no es amenazado, el ejército se llama a silencio, y sólo se hace visible cuando algún funcionario audaz insinúa alguna medida que perjudique a los beneficiarios del sistema. En estos casos las fuerzas armadas obran como amenaza, como reserva de las elites, más que como fuerza de acción directa, pero siempre al servicio de los mismos intereses plutocráticos.
Lo más curioso del caso es que quienes integran la policía y el ejército en la mayoría de los casos provienen de estratos medios y bajos de la sociedad, y que a pesar de ellos las elites han logrado cooptarlos y hacerlos funcionar de manera granítica a su servicio.
¿Cómo lo han logrado?
La respuesta amerita un estudio sociológico y filosófico, pero permitámonos esbozar algunas respuestas.
En primer lugar fue necesario despojarlos de toda conciencia de clase. Quien forma parte de la policía o del ejército no reconoce como pares a los trabajadores. Se siente en un estadio diferente. Mucho tiene que ver en esto la estructura verticalista de este tipo de organizaciones y una innegable vocación por la sumisión y el vasallaje. De otra manera sería imposible que una persona consciente de sus derechos acepte ingresar a instituciones en las que es imposible el disenso.
Asimismo, esa falta de debate convierte a los estratos más bajos del escalafón policial y militar en seres bárbaros, que paulatinamente van perdiendo todo pensamiento crítico.
Por allí reside la respuesta a la insólita, repetida y patética imagen de algún uniformado reprimiendo a trabajadores que luchan por alguna reivindicación, que en la mayoría de los casos favorecería a los propios policías o militares que los reprimen. Es el ejemplo más visceral de la alienación, a la que contribuyen el fanatismo religioso y el chauvinismo que son inoculados desde las escuelas policiales y militares.
Lean atentamente el siguiente texto. Es la letra de una vieja canción de Joaquín Sabina, que explica mucho mejor que yo este triste fenómeno:
El labrador de mi pueblo lleva una azada en la mano
que grandes tiene las manos el labrador de mi pueblo
cavando de sol a sol, con lluvia, nieve o calor.
El parado de mi pueblo llena de angustia sus manos
que tristes tiene las manos el parado de mi pueblo
dando vueltas a la noria, sin jornal y sin historia.
El alcalde de mi pueblo lleva un bastón en las manos
qué finas tiene las manos el alcalde de mi pueblo
con su orgulloso bastón preside la procesión.
El obrero de mi pueblo no está en mi pueblo, ha emigrado
sus manos amasan pan para otros pueblos lejanos
qué lejos están las manos del obrero de mi pueblo.
El soldado de mi pueblo antes ha sido albañil
ahora ya no tiene pala, lleva en la mano un fusil
qué frías tiene las manos alrededor del fusil.
El cacique de mi pueblo no vive tampoco allí
con el sudor de mi pueblo se compró un piso en Madrid
con lo que su mano tira ¿cuántos podrían vivir?
Soldado, si alguna vez, el labrador de mi pueblo se levanta,
y el obrero se levanta, y el parado se levanta
¿Qué vas ha hacer tú, soldado que antes has sido albañil?
¿Qué vas ha hacer con tus manos, y con tu fusil?
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Mi pregunta es: ¿Cómo hacemos para que el soldado se ponga del lado del labrador, del obrero y del parado, y no del lado del cacique?