Volviendo de Bolivia

Estoy de vuelta. Durante las últimas semanas estuve en Bolivia, disfrutando de lugares bellísimos, y de la hospitalidad de un pueblo castigado durante siglos, que en los últimos tiempos está intentando recuperar lo que le corresponde, basado en la enorme dignidad de su gente.
Les cuento brevemente por donde estuvimos: llegamos a Cochabamba, “la ciudad de la eterna primavera”, así llamada por su agradable clima. Es una bella ciudad, coronada por un Cristo inmenso, incluso más grande que el más famoso de Río de Janeiro.
Luego fuimos a Sucre, la ciudad más hermosa de Bolivia. La gran mayoría de sus construcciones son de color blanco, y su arquitectura colonial influida por el estilo mudéjar le brinda un parecido notable con los “pueblos blancos” del sur de España.
De allí nos trasladamos a Potosí, a 4.100 metros sobre el nivel del mar. La altura hace que la temperatura sea muy baja, pero el colosal Cerro Rico que adorna la ciudad y su magnífico centro histórico hacen olvidar el frío. Potosí fue durante el siglo XVIII la ciudad más grande del mundo occidental, superando incluso a París o Londres, debido a la “fiebre de la plata” que despertó la riqueza minera del lugar.
Luego fuimos a Uyuni, a conocer el salar. No es posible describir ese lugar ni con palabras ni con fotografías. Nada puede equiparar el estar allí. Uno se siente en una nube. El horizonte confunde suelo con cielo generando un paisaje irreal.
De allí nos trasladamos al Lago Titicaca, el lago más alto del mundo. Sus aguas cristalinas y la milenaria cultura de su gente hacen de la visita una experiencia inolvidable.
Por último estuvimos en La Paz. Se trata de una ciudad fascinante. Sus aromas, sus olores, sus mercados, su colorido, su cultura, su arquitectura y sus paisajes le dan un contexto único. La Paz hipnotiza e invita a quedarse allí durante meses.
Lo que más me asombró de Bolivia es su gente. Hospitalaria, honesta, siempre con una sonrisa, vive la vida con naturalidad, sin los traumas y a aceleración característica de la mayoría de los países occidentales. Allí el tiempo transcurre más lentamente, pero ello no impide que los indígenas laboren los campos en terrazas, que en los mercados se comercie febrilmente cada producto o que La Paz mantenga su tránsito infernal. Así es Bolivia. Un país infinito, que bien merece una visita.
En próximos artículos, seguramente describiré cada lugar con más detalles. Aquí les dejo algunas fotos de este viaje que, como todos, fue incomparable e invita a seguir recorriendo y conociendo. Porque como dice el nombre de este espacio, “morirse debe ser dejar de caminar”.

Fotos (Haciendo click en las imágenes, se pueden ampliar)

1) Vista de Sucre desde el convento de San Felipe Neri
2) Yo en las calles coloniales de Sucre
3) La pintoresca estación de buses de Potosí
4) Mariana en Potosí
5) Atasco en la "carretera" de Potosí a Uyuni (véase que no se advierte la diferencia entre la "carretera" y el campo abierto)
6) El "confortable" bus que nos llevó desde Potosí hasta Uyuni, en una parada para ir al "baño" (detrás de la pared del bar, claro)
7) La inmensidad del salar
8) Mariana en el salar de Uyuni
9) Almorzando en el salar con amigos
10) Bloques de sal en el salar de Uyuni
11) Vista de la ciudad de Copacabana, a orillas del Lago Titicaca
12) Playa del Lago Titicaca
13) La calle Jaén, en La Paz. Donde Bolivia parece Sevilla
14) La Iglesia de San Francisco, en el ajetreado centro de La Paz
15) En un mercado de La Paz
16) Vista aérea de La Paz